Feminismos, Decolonialidad y Políticas Públicas

 


Por Laura Tortoriello*


Al empezar un escrito sobre algún tema que involucra una posición política es

importante mostrar desde dónde una habla (ya el poner una y no uno me ha significado

una decisión política). Y eso parece sencillo: hace más de 10 años que trabajo en la

administración pública nacional, antes de eso fui concejal (nunca fui concejala, en el

2001 no se decía así) y militante política.

Sin embargo, en ese mismo párrafo de pocas líneas que acabo de escribir, se nota que

no es tan sencillo. Los caminos suelen ser sinuosos y las descripciones identitarias

confusas o complejas. Hace poco tiempo escribí una corta reflexión para una

publicación que realizó un suplemento sobre “La hora de las mujeres”, y me preguntaba

qué significaba eso. ¿Será la hora de las mujeres el momento en el que nos empezaron a

ver o será más bien como el pico de la pandemia? ¿Se dieron cuenta de pronto que ahí

estábamos, o es que ya no pueden hacer como si no estuviéramos? ¿Quiénes decidieron

que esta es la hora?¿Es necesario hacer un suplemento porque es importante debatir

sobre las mujeres, o lo hacemos para liquidar el tema y poder ocuparnos de otras

cosas?

Vayamos por partes. Para empezar, decía que se trata de lugar, no de identidad. No se

trata de que tenga que explicar quién soy, sino desde dónde hablo. Y para eso puedo

empezar por la geografía. Estoy en una ciudad mediana del centro de la pampa húmeda,

donde nací y en la cual viví hasta hace trece años, cuando empecé a trabajar en Buenos

Aires. Desde entonces, repartí el tiempo entre las dos ciudades. La pandemia que

transitamos hizo que volviera acá, donde están mis hijes, mis nietes, mi madre y mi

hermano. En unos días va a hacer cuatro meses que no estoy en la casa en la que vivo

habitualmente, sino en otra que habito eventualmente, algunos días por mes, desde

hace varios años. ¿Por qué esto viene a cuento? Porque altera la visión. No estoy viendo

las cosas de la misma manera que las he venido viendo en mi rutina habitual. Y eso es

bueno, sobre todo en un momento en el que todes deberíamos tratar de mirar adónde

estamos parados.

Abriendo un poco más la lente, estoy en un país que por suerte alcanzó a transitar las

elecciones y el cambio de gobierno antes de la llegada de la peste (¿pensaron en eso, los

pocos meses que tuvimos entre una cosa y la otra?). Haber podido cambiar el gobierno

hizo una inmensa diferencia, porque eso nos permite pensar qué políticas tenemos que

llevar adelante. Si así no hubiera sido, sólo podríamos analizar y lamentarnos de las

decisiones que el gobierno que teníamos hubiera tomado, para desgracia de las

mayorías.

Un país que es parte de América Latina, un continente marcado por la tragedia de la

colonización y sus productos. La colonización, como las mujeres antes de la llegada de

“su hora” también es, ha sido y sigue siendo, invisible. No tanto como hecho histórico

(el 12 de octubre es feriado) sino como hecho político y social. Y más invisibles aún son

los efectos que persisten y que los y las pensadores decoloniales llaman colonialidad.

La colonialidad, como las mujeres, se empieza a ver una vez que uno ha sido operado de

las cataratas que 500 años de dominación han generado sobre ellos. Un efecto deseado

por los conquistadores es que creamos que nos merecemos la esclavitud, la indignidad,

la expoliación. Y ya ahora, aunque sigo usando la ubicación geográfica, le agrego cierta

ubicación mental. Hablo desde una mirada decolonial. ¿Qué implica para mí, que no

soy una pensadora, ubicarme aquí? Implica saber que siempre puede haber algo que no

estás viendo. Estar alerta, no dar nada por sentado, saber que el sentido común y la

razón siempre pueden tenderme una trampa.

También mi mirada está atravesada por haber estudiado Psicología. Me dediqué un

tiempo a la práctica del psicoanálisis. Ese tiempo y esa formación me ayudan a saber

que no hay universal (“No hay un gran Otro”, dice Lacan), no hay adecuación, no hay

clasificación. No hay suelo bajo mis pies. No hay certezas, no hay seguridades. No hay

refugio, no hay “ahora sí nos ven”, no hay la hora de nada. No hay progreso, no hay

utopía más allá.

Pero en realidad ocupo mi tiempo en la práctica política. ¿decía que no había suelo bajo

mis pies? Bueno, y todo lo demás del párrafo anterior. En la práctica política todo eso es

el pan de cada día. Desde hace mucho tiempo la práctica política es, para mí, sinónimo

de construir comunidad. Crear lazos, generar relaciones, conversar, conversar,

conversar.

Por cómo se dieron las cosas, ha sido una práctica política institucionalizada en su

mayor parte. Partido político, colegio profesional, legislatura local, Estado nacional,

burocracia. Y tal vez justamente por eso, ha sido necesario siempre inventar

dispositivos que rompieran las rigideces de las cuales se valen las instituciones para

sobrevivir. Para eso necesito la mirada decolonial.

El feminismo ha buscado la reivindicación de las mujeres en diferentes momentos de

diferentes maneras. Incluso algunas mujeres se posicionan de tal manera que lo que

otras pelearon por conseguir parece contrario a las conquistas que ellas buscan ahora.

No tengo mucha claridad sobre estas discusiones. También estoy advertida sobre el

narcisismo de las pequeñas diferencias y trato de no dejarme llevar por ellas (me refiero

a las pequeñas diferencias).

El feminismo decolonial es otra cosa. No se trata en este caso de una pequeña

diferencia. Las feministas decoloniales denuncian que lo que normalmente llamamos

feminismo, es feminismo blanco, burgués, elitista, desde el privilegio. Quienes lo

denuncian son mujeres negras o indígenas, mujeres racializadas. Ellas dicen que las

luchas de las feministas blancas no tienen en cuenta sus necesidades y las conquistas no

las alcanzan. Y que ni siquiera las ven. En nuestro país parece haber menos población

racializada, sin embargo no es así. Basta con saber mirar. O con que una viaje a Nueva

York y al entrar a la panadería te hablen en castellano. Entonces, de pronto, te das

cuenta de que tu cuerpo es reconocido como diferente (o parecido a quien te está

hablando). Acá también decirle negro a alguien es una forma de insultarlo.

El pensamiento decolonial ha venido señalando distintos productos del hecho colonial.

Uno de ellos es la raza. El conquistador, para poder apropiarse de las tierras, las

riquezas, y los productos de los territorios conquistados, debía plantear una jerarquía,

algo que lo posicionara por encima de aquellos a los que iba a someter. Alguien

superior, inteligente, instruido, razonable, maduro, venía a civilizar a los salvajes. Crear

el concepto de raza permitió atribuir a cada una de ellas características que justificaron

(y aún justifican) el dominio de unos sobre otros. Pero como la jerarquía no era

suficiente, era necesario plantear una división aún más tajante, que permitiera la

explotación hasta la extenuación de aquellos que debían generar productos para el

conquistador. Y el mundo colonial quedó dividido entre humanos y no humanos. Los no

humanos no reunían ninguna de las características del hombre moderno, ilustrado,

conquistador, propietario. Los no humanos eran arrancados de sus tierras, trasladados

a tierras lejanas, explotados en su capacidad de trabajo, esclavizados. La abolición de la

esclavitud y la participación de los negros en las guerras de la independencia no les

devolvieron su dignidad de humanos. El racismo sigue teniendo efectos hasta hoy.

Hasta hoy, una porción de quienes habitan estas tierras (y otras) son descartables.

Tomando esta teoría de cómo el concepto de raza fue un dispositivo de dominación

(conceptualización de Aníbal Quijano), María Lugones planteó que en la división entre

humanos y no humanos, la división de género que conocemos como patriarcado, solo se

aplicaba a los humanos, o sea, a los blancos, los europeos. Las mujeres negras no eran

consideradas débiles, no quedaban situadas del lado de la belleza ni recluidas en la

esfera privada. Las mujeres negras tenían que ser fuertes y resistir el duro trabajo en las

plantaciones (igual que los hombres negros), estaban sexualmente expuestas a la

violación de sus amos, sus hijos les eran arrebatados, eran propiedad de los blancos. La

división sexual del trabajo tal como la conocemos correspondía a las familias blancas.

Esas mujeres debían procrear y cuidar a sus hijos para asegurar la herencia y la

preservación del sistema, debían cuidar el hogar y la familia. Lugones llamó a esto

“sistema moderno colonial de género”.

Todo esto no pretende ser más que un breve resumen de conceptos sumamente

complejos, para llegar al punto de cómo debemos pensar las políticas públicas. Las

políticas públicas son parte de la acción política, aunque la acción política es más

amplia que la acción del Estado. Lo que quiero decir es que no pienso las políticas

públicas como una técnica que debe ser ejecutada por expertos. No entiendo al gobierno

como un plan, con programas y proyectos, hechos de procedimientos neutrales. Aunque

todo eso exista, podemos hacer que las políticas sean lo más democráticas y

participativas posibles. Y el punto es cómo hacer política pública teniendo en cuenta las

cuestiones que vengo planteando. Porque lo que suele ocurrir cuando aparece un

concepto, un dispositivo, un artefacto, un procedimiento nuevo que intenta modificar

las formas tradicionales de gestionar políticas, es que el sistema trata de incorporarlo,

lavarlo, neutralizarlo y reutilizarlo según sus propias necesidades.

Por tomar un ejemplo. Hay un concepto clave que encontraron las feministas negras

para pensar la convergencia de diferentes dominaciones: interseccionalidad. La

interseccionalidad no debe verse como una suma de opresiones sino como un

entramado complejo, un tejido difícil de abordar, de entender sin deshacer el tejido. La

interseccionalidad permitió ver que las políticas pensadas para mujeres, se dirigían a

mujeres blancas; y las políticas pensadas para negros se dirigían a hombres negros.

Entonces en esa intersección de dominaciones, las mujeres negras quedaban ocultas.

Hay que tirar de un hilo, y del otro para ver lo que quedó tapado. Así como el continente

que habitamos hace siglos está sometido al extractivismo de todas sus riquezas

naturales, el capitalismo se reinventa para robar todo lo que pueda. Y entonces, por

robar, también se roban lo que acá se piensa. El “abordaje interseccional de cualquier

política pública” está en el texto de casi cualquier programa, plan, proyecto, que se esté

llevando adelante (quizás hasta pensemos que es una categoría que nos enseña “ONU

mujeres” o el PNUD). De un día para el otro, un concepto que intentaba cambiar la

mirada sobre la sociedad, empieza a aparecer en todos lados, pero vaciado de

contenido, sin fuerza. Se empieza a utilizar, en este caso, como una suma de categorías

varias, dejando a la raza como una categoría menor, o directamente no teniéndola en

cuenta. Entre tantas formas de extractivismo que producen, también hacen

extractivismo epistémico.

Durante el gobierno anterior se diseñó el Plan de Igualdad de Oportunidades y

Derechos 2018 – 2020 (PIOD). En el marco conceptual del plan se utiliza el concepto de

interseccionalidad, que dice: “El concepto de interseccionalidad es el que permite

comprender cómo las interacciones entre estas diferencias sociales: etnia, orientación

sexual, nacionalidad, discapacidad, edad, clase, religión, situación económica, entre

otras, influyen en la reproducción de las desigualdades sociales. La interseccionalidad

puede definirse como ‘un modelo de análisis de las diferencias sociales que aborda el

fenómeno de lo que se llama desempoderamiento, el cual se produce cuando se cruzan,

en una misma persona, diferentes modalidades y formas de discriminación, analizando

particularmente la relación entre la discriminación racial y sexual/género’. De este

modo, el análisis interseccional plantea que debemos entender la combinación de

identidades como un complejo que produce experiencias diferentes y no como una

suma que incrementa la propia carga. El enfoque de interseccionalidad se

operacionaliza mediante el reconocimiento de la necesidad de garantizar todos los

derechos humanos a toda la diversidad de mujeres (CEPAL, 2016). En tal sentido, el

PIOD apunta a visibilizar, reconocer y atender las particularidades de distintos

colectivos de mujeres. Como ejemplo de ello se desarrolla el apartado siguiente sobre

los desafíos que presenta para las mujeres rurales el logro de la igualdad.”

A continuación encontramos el único párrafo que muestra a una mujer/otra que la

mujer a la que se dirige el PIOD en toda su extensión: una mujer de mediana edad, con

acceso a la educación y la tecnología, urbana. La cita del marco conceptual explica que

el enfoque interseccional se ha incorporado tomando una recomendación de la CEPAL.

Al poner como ejemplo a una mujer en particular, queda en claro que no se trata de un

enfoque que siempre será utilizado, en todos los casos, sino que lo utiliza para mostrar

lo particular, lo otro, lo exótico, lo distinto.

Por otra parte, el Plan tiene un prólogo de la Ministra de Salud y Desarrollo Social, y

otro prólogo de ONU Mujeres. Este segundo prólogo dice: “Para ONU Mujeres es

siempre muy satisfactorio tener la oportunidad de acuerdo con nuestro mandato, de

acompañar a los estados en este proceso de sistematización de compromisos sectoriales

con la igualdad entre mujeres y hombres… Este gran logro da cuenta de una

maduración del país en torno a las políticas de promoción de la igualdad”.

Esto me permite plantear el segundo punto que me interesa. Los organismos

internacionales de crédito, o la cooperación internacional, son nuevas formas de ejercer

el colonialismo. Y se pueden asimilar a los mismos moldes que tomaron las formas

civilizatorias clásicas: expertos maduros, razonables, e instruidos nos vienen a decir

cómo tenemos que hacer la política. Si sabemos cumplir sus esquemas berretas de

marcos lógicos lavados y esqueléticos, nos darán el dinero, nos “acompañarán” a hacer

las cosas bien; y si somos capaces de rendir cuentas bien (nosotres, que somos

desprolijes, descuidados y un poco ladrones por naturaleza) nos volverán a prestar.

Porque podremos demostrar que ya estamos maduros.

Ochy Curiel, otra feminista decolonial, dice que deberíamos llamar a la financiación

internacional reparación, y no cooperación.

En fin, para concluir: las políticas públicas, se financien cómo se financien, deben ser lo

más democráticas posibles, en el sentido de buscar los mayores niveles de igualdad que

los artefactos existentes -o inventados al efecto- nos permitan. Y para alcanzar la

igualdad, nuestras acciones deben ser siempre anticapitalistas, antirracistas,

antisexistas, no técnicamente neutrales.


Bibliografía:

Espinosa Miñoso Yuderkys (2019) «Superando el análisis fragmentado de la

dominación: una revisión feminista descolonial de la perspectiva de la

interseccionalidad» en Xocholt Leiva (coord) Cuerpos en resistencia y rebeldia en

tiempos de guerra. Editorial Retos, México.

Quijano, Aníbal. «Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina».

Lugones, María. «Colonialidad y género». Tabula Rasa, n. 9 CURIEL, Ochy.

Conferencia Universidad de Granada, 7 de noviembre de 2016.

*Psicóloga y militante socialista.


Publicación original: http://sociedadfutura.com.ar/2020/08/11/feminismos-decolonialidad-y-politicas-publicas/

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