Otra despedida
María Ester decidió, hace dos meses, que ya era tiempo de morirse.
Hacía por lo menos cinco años (capaz más) que decía que no había que vivir tanto tiempo.
Durante años (muchos) fue voluntaria en una institución de rehabilitación. Pero su actitud nada tenía que ver con la caridad. Se instalaba en la secretaría y dirigía la batuta. Fue su forma de seguir trabajando, cumpliendo un horario, mandoneando. Hasta los noventa. Le costó dos o tres años dejar de ir, aunque ya lo tenía decidido: en diciembre decía "después de las vacaciones no vengo más, ya estoy muy vieja", pero volvía.
Había trabajado toda su vida. Era maestra. Y estaba muy orgullosa de eso.
Hasta esa época leía el diario todos los días, escuchaba la radio, tejía. Siempre estaba al tanto de lo que yo hacía en el ámbito político, lo que pasaba con mi partido o con los demás.
No era tolerante, pero sí de mente abierta. Trataba de ponerse a tono con lo nuevo, lo moderno, la tecnología ... los nuevos tiempos, los cambios en la sociedad, en la forma de relacionarse. Nunca decía que "en mis tiempos ..." trataba de que sus tiempos fueran éstos, los que le tocaba seguir viviendo.
Vivía sola (pegado a la casa de su hijo) y ahí, en su casa, decidió no seguir envejeciendo.
Era dura. Muy dura. Pero generosa y cuidadosa de las personas a las que quería. No criticaba.
Mantuvo su lucidez intacta, estoy segura que hasta que logró dormirse definitivamente.
No creía en Dios, así que simplemente se fue a dormir. Que descanses en paz, vieja. Te quiero mucho.
Comentarios